Resistiremos porque resistir en esta crisis no es jugarse la vida en una trinchera de guerra.

Queridos compatriotas. El día 10 de confinamiento tiene este balance: listening de inglés con Aina, taller de pintura con Aina, sesión de gimnasia con Aina, campeonato mundial de ping-pong de mesa (de comedor) con Joan, taller de colores y alimentos de toda la familia. Y seguro que me olvido de algo más.

Los niños no han mejorado demasiado en matemáticas y lengua estas última semanas, però hoy han aprendido una lección diaria más de la asignatura vital de adaptarse a las circunstancias.

Yo sigo un día más en el paro, pero sigo sacándome el título de monitor de tiempo libre, de empleado de la limpieza, de psicólogo infantil. Vamos, que sigo aprovechando las oportunidades que me ofrece el virus dichoso para completar mi currículum con aptitudes de primera necesidad.

Saldremos de esta menos caprichosos, más humanos, más prudentes, mejores padres… estoy convencido de ello.

Bueno, y mucho Netflix, mucho Tik Tok, Brawl Stars, Nintendo Switch… Dije en su momento que la crisis del covid-19 parece estar patrocinada por Sillicon Valley. Lo cierto es que las plataformas, las redes sociales, el wifi, los teléfonos móviles, nos estan ayudando a matar el tiempo.

Pero también es cierto que el hecho de estar en casa nos està haciendo más dependientes de la tecnologia, y me da miedo pensar que nos hagamos más dependientes de aquello que no es essencial en internet.

Hablar con la familia y amigos por videoconferencia es una bendición, pero caer en la tentación de jugar 2 horas con la Nintendo Swich ni es necesario ni és saludable.

Pero ahora la ciencia no está centrada en la salut mental.

Nos quedamos en casa, eso ya caso lo tenemos claro, y las grandes plataformas tecnológicas y de contenidos se estan forrando aún más.

Por ciero, Reunión Familiar, de Netflix. Una serie cómica americana de familias negras que se mudan de la ciudad en la provincia. Muy recomendable.

En el exterior todo es silencio, solo interrumpido por el sonido de los autobuses de la EMT, las ambulancias y algunos coches.

Hago cola en la calle para poder entrar a la fruteria. Ante mi hay una señora mayor con una cesta. Es una vecina que soy incapaz de reconocer.

Entre la máscara sanitaria, las gafas y el gorro que lleva apretado en la cabeza, no tiene casi ninguna parte de la piel de la cara al descubierto.

Le pido como se encuentra, y ella me responde que “bien, de momento”. Le pido si está sola, y ella me dice que sí. No puede tener contacto directo con su hijo, sólo por teléfono. Me explica que ir a la frutería cada día es la forma de salir un poco de casa.

Conozco mucha gente mayor, que está muy sola, cuyo mundo gira alrededor de salir de casa a hacer cualquier cosa que la mantenga entretenida.

Conozco a un vecino, que se llama José Antonio, que cada día va (iba) dos o tres veces a hacer un café en los bares cercanos de mi barrio.

En muchos bares de Palma, si vas (ibas) a primera hora, encuentras siempre a mucha gengte mayor que nutre sus horas de soledad de comerse un llonguet, de tomar un café con leche, y de leer el periódico de principio a fin para exprimir al máximo su estancia en el local.

Después está otro vecino de unos 80 años, taxista jubilado, cuya su rutina consiste (consistía) en coger el bus de la línea 20 de la EMT para ir a jugar a billar con unos amigos suyos en Calanova.

Señor generoso y sonriente donde los haya para quien todos los días son (eran) un domingo.

Por no hablar de la gente mayor que se conforma con ir a ver su médico de familia por no sentirse tan solo a casa y hablar durante unos minutos con su médico, convertido en muchos casos en prácticamente su único amigo de tertúlia.

Me pregunto como deben de estar estas personas, si están vivas, si están soportando la carga de tener que renunciar a su vida social y a las rutinas que los mantienen de alguna manera vivos.

Esta crisis es injusta sobre todo con la Gente Mayor.

Les ha robado la posibilidad de sentirse parte de su barrio, de poder andar por la calle, de poder explicar su vida con generosidad a cualquier persona que se lo pida.

La mujer de la mascarilla y la cesta hoy no podrá hacer la tertúlia habitual con las tenderas de Frutas Bàrbara.

Ahora ir a comprar naranjas, llechuga o queso es un ritual silencioso, frío e incómodo. Todos los empleados en la fruteria ya llevan la mascarilla puesta, así que, cuando es mi turno, es como si me llamaran para entrar en un quirófano.

No me acostumbraré nunca a que la persona que tengo delante me pida que mantenga una distancia de seguridad para evitar un nuevo contagio.

El covid-19 no me hará renunciar a mi condición de latino que se nutre del tacto para repartir y recibir amor.

Tampoco me acostumbraré a ver la gente por la calle con mascarillas. Por cierto, que debo de ser ya uno de los últimos vecinos que no la lleban. Soy el último gilipollas de la tierra.

Hoy hace ya 12 días que no puedo abrazar a mi padre y a mi madre.

Lo más fuerte de todo es que sé que estaré semanas a poder hacerlo, y que si un día soy incapaz de resistir la tentación es posible que los contagie.

Pienso que, a las rutinarias ruedas de prensa en el palacio de la Moncloa, los científicos, políticos y militares tendrían que ir acompañados de un psicólogo y un filósofo.

Poner en peligro a tus padres por querer tenerlos cerca y que además te acaben multando una multa es una sensación devastadora con la cual la ciencia no tiene respuesta.

Pero claro, en este momento tenemos que ver la media botella llena y yo me siento un privilegiado.

Estan sanos y bien de ánimo. No les puedo tocar pero sigo teníendolos muy cerca. De hecho me puedo acercar hasta 1 metro y medio de ellos. I conozco mucha gente que los tiene a cientos de kilómetros de distancia.

Pero esta crisis tiene una ventaja que quizás es la que nos mantiene lejos del desaliento: es una crisis sin un enemigo ni una causa concreta. Es como una guerra pero no que no enfrenta países.

Mis dos abuelos participaron en la Guerra Civil, y uno de los dos estuvo en el frente jugándose la vida cada día. Yo estoy en este mundo porque ellos y ellas, mis predins y mis predines, resistieron una guerra de verdad.

La foto de hoy es de Joan, que durante estas semanas de confinamiento va camino de convertir-se en campeón balear de tennis de mesa de comedor.

Resistiremos e intentaremos disfrutarlo. Resistiremos por los que resististeis. Solo porque mis hijos abracen a sus predins nuevamente todo esto habrá merecido la pena.

Solo tenemos que quedar en casa y esperar.